| Por Veronica Szczygiel, Ph.D.

La esperanza cristiana es nuestro fundamento

 

Todos llevamos en el corazón esperanzas, tanto grandes como pequeñas: esperanza de que haya buen tiempo para el partido de fútbol de nuestro hijo; para que nuestra entrevista de trabajo salga bien; que un ser querido busque ayuda para sus problemas; por el fin de la pandemia; por un mundo mejor.

Sin esperanza, nuestras vidas se sentirían estancadas y, a riesgo de parecer redundantes, desesperadas y sin propósito. Sin embargo, es importante distinguir entre la esperanza mundana y la esperanza cristiana. 

Tomemos a manera de ejemplo un procedimiento médico como una cirugía. Hay muchos aspectos que pueden afectar su éxito: las habilidades y el estado de alerta del cirujano, el seguimiento constante del anestesiólogo, el cuidado y la limpieza del hospital, etcétera.

Esperamos que todos estos factores vayan a nuestro favor. Pero si nuestra esperanza depende de las cosas humanas, entonces está ligada a las circunstancias. Si algo sale mal, nuestra esperanza se ve afectada. Esta esperanza mundana depende de los resultados de la situación.

En cambio, la esperanza cristiana sobrepasa los resultados, porque es el fundamento de nuestra fe. Cuando esperamos en Dios, estamos afirmando una creencia clave: sin importar cómo resulten las cosas, Dios siempre está ahí para nosotros, regocijándose en nuestra felicidad y consolándonos en nuestro dolor.

La vida cristiana no es la vida perfecta donde nada sale mal. Todavía estamos sujetos a los traumas y tragedias de este mundo quebrantado y sus habitantes pecadores. Sin embargo, sabemos que este no puede proveernos de la manera que Dios puede, ya que es voluble e injusto. Si ponemos nuestra esperanza en él, nos estaremos preparando para la decepción. Dios, por otro lado, es firme e incondicional en su amor por nosotros. Si confiamos en Él, nuestra esperanza cristiana nos ayudará a perseverar a través de las dificultades.

A veces puede resultar difícil mantener la esperanza, pero podemos intentarlo al poner toda nuestra confianza en Dios. Esto significa tener un diálogo continuo con Él, alabándolo por las bendiciones en nuestras vidas, pidiendo intercesión cuando necesitamos ayuda y dirigiéndonos a Él con ira o duelo. No importa cómo nos sintamos, Dios está a nuestro lado. Eso es más de lo que podríamos esperar.