| Por Allison Ramirez

Las escrituras son nuestra guía para alejarnos del pecado

Los siete pecados capitales:

Orgullo - Avaricia - Envidia - Lujuria - Ira - Gula - Pereza

 

Los siete pecados capitales

El término “siete pecados capitales” suena tan aterrador. Podemos pensar: “Tienen que ser pecados terribles, como el asesinato, y yo nunca mataría a nadie”. A pesar de la terrible etiqueta, esta lista de pecados habla de tentaciones con las que luchamos a diario como cristianos. Pero podemos recurrir a las Escrituras, especialmente a las palabras y acciones de Jesús, en busca de orientación práctica.

El pecado hiere o -en el caso del pecado mortal- rompe nuestra relación con Dios y con los demás. Sin embargo, más importante que “no pecar” es que mantengamos en nuestros corazones “la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar” (Flp 4, 7). Con la gracia de Dios, esta paz nos permite avanzar en la santidad que tanto anhelamos tener. En esta columna, veremos cómo tanto las palabras como acciones de Jesús pueden ayudarnos a alejarnos del pecado para avanzar hacia una vida virtuosa llena de verdad, amor y paz.

Del orgullo a la humildad

En el Evangelio de Mateo, al entrar Jesús en Cafarnaún, se le acerca un centurión y le pide que venga a sanar a su criado que está enfermo. Cuando Jesús le responde que lo hará, el centurión le dice: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará” (8, 8). Jesús se vuelve hacia los que le siguen y les dice: “Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe” (8, 10).

La humildad del centurión, que tiene gran autoridad como oficial del ejército romano, asombra a Jesús. Reconoce que la autoridad de este último supera con creces la suya. El centurión no confía en su poder o autoridad para conseguir lo que desea, es decir, la sanación de su siervo. Más bien, le pide humildemente al Señor y luego le permite obrar de una manera que él nunca podría lograr por sí mismo.

De la avaricia a la generosidad

En el Evangelio de Marcos, Jesús se sentó frente al tesoro y observó a la multitud que depositaba su dinero. Él se fijó en que los pueblos ricos echaban grandes sumas, mientras que una viuda pobre echaba dos moneditas. Jesús dijo a sus discípulos: “Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir” (12, 43-44).

Esta mujer ofrece todo lo que tiene, por pequeño que sea, como un don al Señor. No le oculta nada a Dios, depositando toda su confianza en él para que atienda sus necesidades. Por mucho que nuestro dinero, posesiones, relaciones o estatus parezcan ser nuestros, todo lo que tenemos es, en última instancia, un don de Dios. Nunca debemos temer que lo que el Señor nos da no sea suficiente.

De la envidia al agradecimiento

En el Evangelio de Lucas, Jesús presenta la parábola del hombre con dos hijos. Un hijo malgasta su herencia en una vida de pecado. Hambriento e indigente, regresa a casa buscando la misericordia de su padre. El hijo obediente está celoso de la cálida acogida que ha recibido su hermano descarriado y le dice a su padre: “Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes... ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto … haces matar para él el ternero engordado!” (15, 29-30). Su padre responde: “Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida” (15, 31-32).

A menudo envidiamos a los demás, porque tienen algo que nosotros no tenemos o porque parece que se les trata mejor o se les quiere más. Queremos que las cosas sean justas, pero esta parábola nos recuerda que debemos celebrar nuestros propios dones y bendiciones sin compararlos con los de los demás. No podemos ni empezar a comprender la manera en que Dios provee para cada uno de nosotros según nuestras necesidades, llamándonos a vivir con acción de gracias.

En la próxima columna de Espiritualidad, la autora explorará cómo las Escrituras pueden ayudarnos a alejarnos de la lujuria, ira, gula y pereza.


Allison Ramirez es autora, editora y profesora católica. Tiene un máster en Teología con especialización en Historia de la Iglesia.

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