| Por Adam Cross

Conviértete en un pacificador

Si miras a tu alrededor, es bastante fácil ver que nuestro mundo carece de paz y está, en muchos sentidos, roto. Esta realidad puede parecer a veces oscura y desesperada, pero Jesús nos dice muchas veces en los Evangelios que no tengamos miedo. Él nos da el don de su paz, y los cristianos estamos llamados a compartir esta paz con los demás. Entonces, ¿cómo aprovechamos la paz que no es de este mundo y nos convertimos en pacificadores para los demás?

 

La fuente

Esta paz es la paz de Dios. Procede del Padre. No la conseguimos trabajando lo suficiente o en condiciones perfectas, sino que es un don que podemos recibir en cualquier momento por ser nuestro Padre. Cuando recordamos que somos hijos e hijas amados de Dios, podemos pedir una paz real y duradera para llevarla con nosotros a nuestras amistades, escuelas y relaciones.

El camino

Puesto que vivimos en un mundo roto, debemos recordar que la abundante paz de Dios no equivale a una falta de lucha en nuestras vidas. La paz que él da no significa que, de repente, la vida sea fácil, sino que, mientras afrontamos dificultades, nuestros corazones pueden descansar en él. También significa que disponemos de herramientas reales para superar incluso las pruebas más duras, y que Dios es nuestra base firme para navegar por todo lo que la vida nos depare.

Sé la paz

Confiar en nuestra relación con Dios y en su abundante paz nos permite acudir a él, no sólo en busca de paz verdadera, sino también para ser su paz para los demás. Si a veces luchas contra la ansiedad, la inseguridad o la desesperanza, Dios te llama a hablar de su paz a los demás que comparten esas cargas. No significa que tengas que tenerlo todo controlado o que tengas todas las respuestas, sino que permites que Dios actúe a través de ti para compartir su paz real y duradera.

Paz práctica

Entonces, ¿cómo compartimos realmente esta paz con los demás? El primer paso es inclinarse hacia la oración e invitar a Dios a que entre en nuestros miedos y preocupaciones de cada día. Desde una relación con la fuente de la paz, podemos compartir nuestra paz y estar presentes con los que luchan y tienen miedo. Dios, como Padre perfecto, siempre está ahí para escucharnos en la oración, y te invita a estar presente del mismo modo para los demás, recordándoles su valor en Cristo. Del mismo modo que Dios está siempre presente para nosotros, nosotros, como imitadores de Cristo, podemos ser una experiencia tangible de paz para aquellos que Dios ha puesto en nuestras vidas.

Aunque el mundo esté roto, Dios ha vencido al mundo. Si confiamos en él y permitimos que nos utilice como instrumentos suyos, podremos ser para los demás una señal de la paz que el mundo no puede dar.


Adam Cross es un terapeuta matrimonial y familiar licenciado en California, y trabajó como ministro de la juventud en su parroquia local durante 8 años. A Adam le encanta integrar la fe católica en su práctica terapéutica.

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