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 | Por Doug Culp

La templanza & la gula

El mes pasado, empezamos a considerar formas de crecer en la virtud. Al cultivarla, nos hacemos más capaces de superar los obstáculos que nos hacen tropezar en el camino hacia Dios. La virtud también nos hace más semejantes a Dios y más aptos para la unión con él. Este mes hablaremos de cómo la virtud de la templanza puede ayudarnos a superar el pecado “mortal” (así llamado, porque da lugar a otros vicios) de la gula.

Según el Catecismo, la templanza (también conocida como moderación, autocontrol o sobriedad) “es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados” (1809). Mediante la templanza, nuestra voluntad mantiene el control sobre nuestros instintos, y podemos limitar nuestros deseos a lo que es honorable. Sin embargo, a veces, el ejercicio de la templanza puede parecer difícil.

 

Un acto desequilibrante

Como seres humanos, disfrutamos de forma natural de los placeres de la comida y la bebida, así como del uso de los bienes creados, lo cual no es pecaminoso en sí mismo. El problema surge cuando tenemos un “deseo desmedido” de ellos, como dice Santo Tomás de Aquino. Ante el miedo, el vacío, el dolor, el estrés y todo lo desagradable, la templanza puede dar paso a un deseo exagerado de placer y a un uso desordenado de los bienes creados. Una manifestación de este deseo es el vicio de la gula. Derivado del latín, que significa engullir o tragar, la gula se describe mejor como exceso de indulgencia y consumo.

Probablemente estemos muy familiarizados con la gula en lo que se refiere al consumo de comida o bebida. Comer o beber demasiado (es decir, más de lo que necesitamos) es caer en la gula. La gula indica un deseo excesivo de comida y bebida, pero también implica un egocentrismo que olvida con demasiada facilidad la existencia de Dios y del prójimo.

Además, existe una forma más sutil de gula. Comer o beber exclusivamente por el mero placer de la experiencia también puede ser glotón. Esto es así, porque puede indicar un apego malsano por nuestra parte al placer y a la autogratificación.

Los peligros

Un peligro asociado a la gula es nuestra tendencia a intentar llenar una “carencia” que percibimos en nosotros mismos o a prolongar por nuestra cuenta una experiencia placentera. Cuando lo hacemos, olvidamos que Dios es quien nos da el pan de cada día -es decir, lo que realmente es mejor para nuestras almas-, y que sólo él puede colmar nuestros deseos más profundos. San Juan de la Cruz nos enseña que “perdemos la devoción y el espíritu verdaderos, que residen en la desconfianza en uno mismo y en la perseverancia humilde y paciente para agradar a Dios”.

Quizá el mayor peligro de la gula en todas sus formas sea que engendra una aversión a la condición misma del discipulado cristiano: que tomemos nuestra cruz y sigamos a Cristo. En lugar de hacernos más semejantes a él, la gula nos mueve en la dirección opuesta.

San Juan indicaba que los inclinados a la gula “son débiles y negligentes para hollar el áspero camino de la cruz. Un alma entregada al placer siente naturalmente aversión hacia la amargura de la abnegación”. En otras palabras, la gula es mortal, porque la indulgencia y el consumo excesivos fomentan un egoísmo que contrasta fuertemente con la pobreza de espíritu que Jesús nos llama a vivir.

Templar la voluntad

Vencer cualquier vicio requiere rezar pidiendo la ayuda de Dios y trabajar duro por nuestra parte para cultivar la virtud opuesta. Para superar la gula, la virtud que debemos practicar es la templanza.

¿Cómo crecemos en templanza? Una forma es mediante el ascetismo. Ascetismo significa “pulir” o “alisar o refinar”. Los antiguos griegos lo utilizaban para describir el ejercicio o entrenamiento en el sentido de entrenamiento atlético.

Esencialmente, el ascetismo consiste en decir “no” a mis deseos menores para poder decir “sí” a Dios. Consiste en ejercicios espirituales destinados a lograr una mayor libertad, como liberarse de las compulsiones y tentaciones, y una mayor tranquilidad en la vida. Una forma eficaz de ascetismo es el ayuno, por ejemplo, saltarse una comida o guardar silencio en el coche.

Es importante señalar que el ascetismo no es un fin en sí mismo. Las prácticas ascéticas como la oración, el ayuno y la limosna hacen que la mente y el cuerpo sean más propicios a la transformación espiritual, como el entrenamiento, que permite a un atleta rendir mejor durante una competición.

Mediante el entrenamiento y el ejercicio, se desarrollan los poderes latentes tanto del cuerpo como de la mente, para que ambos alcancen su plena belleza natural. Del mismo modo, mediante la gracia de Dios, el arrepentimiento del pecado, la purificación del corazón y de la mente, así como el cultivo de las virtudes, nos preparamos para esa plenitud de vida que es el encuentro con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.


El ‘arte’ de la templanza

Los iconos son imágenes religiosas estilizadas -que suelen representar a Jesús, María, ángeles o santos- utilizadas en la oración y el culto. A lo largo de los siglos, los cristianos orientales han desarrollado una profunda comprensión del icono como ventana a las cosas celestiales. Honrar el icono no es honrar un panel de madera pintado, sino honrar al personaje o personajes representados en él.

Debido a su carácter sagrado, la pintura de iconos es también un proceso profundamente espiritual y ascético. Los iconógrafos tradicionales rezan antes, durante y después de su trabajo; practican la templanza ayunando y se confiesan. Con su ascetismo, los iconógrafos se hacen más receptivos a los movimientos del Espíritu Santo. Entregan el pincel a Dios, por así decirlo, que crea bellas imágenes a través de las cuales los demás pueden tener un verdadero encuentro con él y con sus santos. 

Sigamos todos el ejemplo de los iconógrafos y, con tanto nuestra oración como ayuno, invitemos al Artista Divino a transfigurar nuestras vidas.


Doug Culp es el canciller de la Diócesis Católica de Lexington.

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